Castristas y anticastristas
Publicado el lunes, 09.07.09
Castristas y anticastristas
By ALEJANDRO ARMENGOL
Una parte del exilio en esta ciudad se aferra a la ilusión de que el
gobierno cubano puede sucumbir en un futuro cercano, ya que está a las
puertas de una crisis alimentaria catastrófica y agoniza presa del
inmovilismo.
No es así. El proyecto revolucionario original está agotado, pero los
mecanismos de supervivencia permanecen intactos. Refugiarse en los
extremos nunca es bueno. La isla atraviesa una etapa difícil y el
impulso bajo el cual el mandato de Raúl Castro inició una serie de
reformas limitadas ha desaparecido. Se especula que la mejoría en la
salud de Fidel Castro ha tenido como consecuencia que éste intervenga
más directamente en los asuntos del gobierno, y que ello explica el
freno a las reformas.
Pero fundamentar el análisis de la situación cubana a partir de la mayor
o menor participación de Fidel Castro, según una aparente recuperación
en su estado de salud –que hasta el momento es el secreto mejor
guardado en la historia del país– resulta engañoso en más de un
sentido. Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo
que no se termina. Su esencia es la indefinición, que se ha repetido a
lo largo de la historia: ese llegar último o primero para no estar nunca
a tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a
medias. No se cae, no se levanta.
Cualquiera que trate de analizar el proceso revolucionario cubano
descubre una cronología de vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia,
revisionismo, fidelidad a los principios del internacionalismo
proletario, centralismo democrático, desarrollo económico y otros se
mezclan en un ajiaco condimentado según la astucia de Fidel Castro. No
se puede negar que en la isla existiera por años una estructura social y
económica –copiada con mayor o menor atención de acuerdo al momento–
similar al modelo socialista soviético. Tampoco se puede desconocer la
adopción de una ideología marxista-leninista y el establecimiento del
Partido Comunista de Cuba (PCC) como órgano rector del país. Todo esto
posibilita el análisis y la discusión de lo que podría llamarse el
“socialismo cubano''.
Sin embargo, durante décadas de mando unipersonal y omnipresente, Fidel
Castro siempre se sirvió de dos gobiernos para ejercer el poder, ambos
propios: uno visible y formado por las estructuras políticas
tradicionales; otro paralelo y por lo general más poderoso: un gobierno
“formal'' y otro “informal''.
Quienes apuestan por una transición lo hacen siempre operando dentro de
las posibilidades de este gobierno formal. Sus limitaciones están dadas
en el hecho de que esta maquinaria gubernamental es corrupta,
ineficiente y carente de verdadero poder. No importa que no funcione, si
realmente no manda. El otro gobierno, el informal, lleva mucho tiempo
apostando sólo a sobrevivir. Y lo ha hecho con un éxito total.
Al asumir Raúl Castro como presidente de la nación, se abrió la
posibilidad de lograr un acercamiento entre ambas formas de poder, y
surgió la ilusión de que este paso llevaría paulatinamente a la
desaparición del “gobierno informal'', para el establecimiento pleno de
un gobierno más o menos colegiado. Aunque desde el inicio se supo que
esta supuesta “sucesión-tradición'' estaba fundamentada en limitaciones
que hacían que su desarrollo fuera no sólo lento sino casi imposible. En
este sentido, las peores expectativas son las que se han confirmado.
La primera de estas limitaciones fue evidente en la declaración de que
Fidel Castro sería consultado en todas las decisiones importantes, lo
que ya de hecho establecía que su retiro del mando era relativo. La
segunda, y más importante, tenía que ver con la forma misma de gobierno
imperante en la isla, fundamentada en lo que Giorgio Agamben considera
un “Estado de Excepción'', donde Raúl Castro, como nuevo presidente,
estaba desde el comienzo limitado a una función administrativa, con
Fidel Castro aún manteniendo la posición de soberano, pese a mantenerse
alejado de la vida pública.
Este desempeño de papeles –por momentos nebuloso para quien lo ve desde
fuera– tiene una claridad meridiana en cuanto a que las dos figuras que
definen el panorama político nacional (los hermanos Castro) comparten un
objetivo: mantenerse en el poder.
o por ello tal configuración de poder está libre de contradicciones.
Sólo que al tiempo que éstas obran a favor o en contra de los
protagonistas, también confluyen en la meta común de mantener en
funcionamiento la maquinaria de supervivencia: las diferencias no marcan
los límites; más bien los límites marcan las diferencias.
De esta forma se explica lo inadecuado de aplicar a la realidad cubana
los esquemas de transición a la democracia, tanto los fundamentados en
experiencias posteriores al socialismo europeo como aquellos que buscan
sus claves en la ecuación caudillismo-democracia.
¿Dónde queda entonces la posible influencia que puedan ejercer tanto las
naciones europeas como el gobierno de Estados Unidos, en el caso de un
mejoramiento de los vínculos entre Washington y La Habana? En una
apuesta más en el tiempo que en el espacio. El establecimiento de un
vínculo que de seguro perdurará más allá de la permanencia física de los
hermanos Castro. También en la presencia de un modelo comparativo que
ayude a que los cubanos definan su realidad alejada de los extremos. Dos
objetivos que definen cualquier esfuerzo al respecto.
ALEJANDRO ARMENGOL: Castristas y anticastristas – Columnas de Opinión
sobre Cuba – El Nuevo Herald (7 September 2009)
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/columnas-de-opinion/v-fullstory/story/536888.html
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